domingo, 30 de septiembre de 2007

De uno a tres


Es domingo. Estoy cansado de limpiar. No quiero planchar. Tampoco tengo plan. Había pensado en cocinar una reserva de croquetas de diferentes clases: de jamón, de huevo, de arroz, de espinacas, de puré de patata. Pero estoy por mirar mejor el cuadro horario de las misas vespertinas. Así al menos saldré y tendría excusa para quitarme el pijama. Y ya puse el relleno del nórdico. Es un edredón. Me falta experiencia con los otros.

Por fortuna, la ausencia de resaca resulta una novedad. Ya salí el viernes y no doy para más. Sobre todo si el día resulta completo. Me encontraba a partes iguales entre asqueado del trabajo y expuesto a la improvisación. No digo más que había quedado para cenar con cuatro mujeres. Yo entre cuatro mujeres. Nunca me había visto en otra igual. Para celebrarlo, me volví a hacer cresta y, con tal de ser moderno, uno se pone hasta pantalones muy ajustados, que luego le impiden subir a la plataforma de la disco sin hacer el ridículo. Aunque el otro día tampoco tenía mucho sentido de esto precisamente. Creo que el hecho de dejar de ser fumador pasivo me ha venido bien. Ahora fumo yo. También en eso estoy hiperactivo. Es un momento muy importante en mi vida y lo quería compartir aquí.

No sé si queda al mismo nivel de importancia que haber conocido, por casualidad, a Mon. O al de confirmar que Amenábar es feo. O que me pone más un cinturón con la bandera de España que a un libertino la CNT.

Todo es consecuencia de lo poco centrado que me hallo últimamente. Mi grado de estabilidad es inversamente proporcional al tamaño de la cosa. A más grande, menos estable estoy. Como para no... Por ejemplo, eso me pasa con la factura del móvil. En los últimos meses la tengo del triple tamaño de lo habitual.

¿Y qué si estoy cariñoso?

jueves, 27 de septiembre de 2007

Contradicción (I)




Uno no debería sentirse solo cuando elige estar solo.


martes, 25 de septiembre de 2007

Entre sueños


Apareciste casi en sueños. Anoche me acosté muy tarde, necesitaba hablar. Y pensar. Por eso esta mañana estaba más cansado de lo habitual. En cuanto me subí al autobús, cerré los ojos, esperando a que dieran las ocho en punto para iniciar el viaje diario. Pero algo me hizo recuperar la consciencia.

La boca del metro de Atocha, salida Infanta Isabel, regurgitaba de golpe decenas de personas. Supongo que recién llegadas de Cercanías. Intuyo que, por su aspecto, de alguna línea procedente del Corredor del Henares. Tú estabas entre ellos. En medio de la masa. Pero te identifiqué en seguida. Fue sencillo, destacas sin que te lo propongas. Mis ojos se escaparon para ir contigo. Mis ojos y creo que también mi ilusión. Una sensación atípica, ésa de padecer una alienación del cuerpo, sentirlo extraño, como que se va. Detrás de ti. De un desconocido.

Supongo que te diste cuenta de que estabas siendo observado porque volviste la mirada hacia mi autobús. Tienes una mirada triste, no sé si por la hora o por las circunstancias. Triste, pero tan profunda... Te mostrastre algo dubitativo, hasta que me localizaste. Sí, soy yo el culpable de que te hayas parado. Porque entonces habías detenido ya tu marcha rutinaria hacia el Paseo del Prado. Y ya no la reanudaste. Al menos yo no te vi. Porque desconozco cuanto duró ese momento en el que ninguno de los dos quiso romper el lazo visual que nos mantenía absortos. Pero sonaron los pitos en la radio y mi autobús arrancó. Y arrancó, de paso, mis ganas de ti.

Sonreíste. Encantador, inocente, precioso. Levantaste el brazo izquierdo e hiciste un gesto con el dedo índice. Primero circular, mirando hacia arriba, ligeramente en horizontal. Luego, marcando directamente hacia el suelo, de manera brusca. Sí. Mañana. Aquí mismo. A esta hora. Y no me subiré al autobús.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Críos, críos, críos


- Tengo mal el estomágo, no creo que pueda beber más.
- Vale, entonces yo me entretengo con el alcohol y tú con los críos.


Pero a ver, los niños muy bien para mirarles un rato y follar y esas cosas. O para impatir unos cursillos de iniciación. Pero estar rodeado de ellos durante más tiempo de lo que deberíamos, termina por agobiar. Fíjate que preferí estar jugando con el yorkshire de al lado, para que no se aburriera mientras sus dueñas se enrollaban entre ellas. Vamos, lo típico, estar sentado en un pub a la 1 de la madrugada, con una copa en la mano y que te esté lamiendo el cuello alguien que lleva un lazo en el pelo.

Este Madrid resulta mucho más pequeño a veces de lo que me gustaría.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Instinto animal


El Restaurante "La Terraza de Vulcano" está de moda. Creo que próximamente será incluido en la Guía Michelín. Se puede probar todo tipo de cocina, italiana, gallega, china... Todavía no he pedido la carta hindú, pero todo se andará. Los postres suelen estar configurados a base de licor de lagarto, pero del bueno. Espero que no fuera familiar de la salamandra que danzaba entre los cactus, pues hace tiempo que no la observo.

Llevo alrededor una coraza de unos 30 centímetros de radio (sin que sirva de precedente, es simbólica: desgraciadamente no hace falta pensar mal). Pocas veces alguien consigue traspasarla. Cuando esto ocurre, se establece una relación de piel. Resulta curioso cómo en esas ocasiones provocamos el roce con las personas que lo han logrado. Abrazos, besos, caricias, con la yema de los dedos, con la palma de la mano, con la mejilla, con la oreja, con la nariz, con los labios. Con todo el cuerpo. Por lo menos en mí, suelen ir acompañados de cosquillas... en el estómago. O de un ligero escalofrío. El otoño está a la vuelta de la esquina. No sé si esto es para mis nervios.

Puede ser el olor característico de su piel o el que proporciona su desodorante, su perfume o el suavizante de su ropa. Desconozco por qué, pero se necesita la cercanía de esa persona. En el mundo animal creo que a eso lo llaman las feromonas, pero en los humanos, tan racionales y estupendos que somos, dicen que no funciona. Ilusos.

A distancia, también es posible sentirse muy cerca de otras personas. No se puede decir que se trate de una relación de piel, pero sí al menos de una curiosidad espontánea. Tengo ganas de fin de semana. Lo voy a comenzar hoy miércoles, para qué esperar.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Centenario


Se acaba el verano. Los signos son inequívocos.

Se modifica el horario de apertura de parques y monumentos por el de invierno.
Ponen otra vez el autobús de las 8 en Atocha.
Se acerca un frente frío asociado a una borrasca situada al noroeste de Irlanda.
Cierran las piscinas.
Comienza el goteo de estrenos teatrales (¡qué ganas!)
La cartelera de cine vuelve a estar algo más decente.
Están llegando niños nuevos a los colegios mayores.

La ventaja del blog es que puedo revisar rápidamente cómo comenzó la estación. Rara. Como luego prosiguió. Evidenciaba ya cansancios, harturas, cambios, evoluciones. Y el otoño se tercia parecido. Pero no ha sido precisamente un tiempo perdido.

Me apetece disfrutar de los días grises de lluvia continua, tan poco habituales en Madrid. Para irme preparando, hay que nutrir la mirada de puntos de color. Hoy Miró no me ha hecho sonreir, sino que me ha hipnotizado. Sigue la línea negra, que envuelve los óvalos de colores, la línea se estrecha, se estiliza, se difumina, se concentra, se pierde... Alguna mancha brilla entre la niebla, guiando a los torpes trazos que se quieren encontrar. Y, de fondo, todo blanco. Me atrae lo catalán, pero visto desde Madrid.

Estoy triste, me gustaría ser de derechas.



Y ya van 100.

martes, 11 de septiembre de 2007

Cosas que no son buenas para el corazón


Para el desayuno, si tengo tiempo, no lo dudo: papilla de 8 cereales con miel. Para la merienda, se convierte en un lujo disponer de galletas Digestive untadas con mermelada de fresa. Y en una cena especial, no puede faltar potito de ternera con zanahorias.

En fin, soy así, fijación por lo infantil.

Y por la calle le elijo a él. Tengo mirada selectiva y le enfoco con demasiada facilidad. En caso contrario, no alcanzo a entender que haya viajado con él en avión, que le haya visto en Barcelona, que coincidamos de compras por Fuencarral y en el H&M, de copas por La Latina, mariconeando por Chueca (tantas veces), en Malasaña, en Cool, en Noviciado... Circulaba yo ensimismado calle Pez arriba, dirección El Palentino, cuando veo acercarse por mi derecha, sobre la acera de la calle Minas, una figura que desprendía luz. Me quedé paralizado. Intenté continuar mis pasos, sin conocer aún que se trataba de él, pero tuve que regresar para volver a mirar. Me gusta observar las cosas bonitas. Me sorprendí al reconocerle: se ha cortado el pelo, las patillas ya no son tan pronunciadas, anda con chanclas playeras, viste pantalón corto, color caqui, y una camiseta negra, más bien ancha, pero que apenas le llega a cubrir la ropa interior, que no son calzoncillos, sino un bañador de Energy, muy pequeño y de verdad que sé bien cómo es porque esta pasada primavera iba a menudo al store de la calle Fuencarral a estudiarlo detenidamente, imaginándomelo sobre el cuerpo de una persona a la que nunca se lo llegué a regalar. Y lleva de atrezzo un perro minúsculo, más feo imposible, sin duda para que en ningún caso pueda llegar a distraer la atención y centrarla en él. Guapísimo. Le sigo por toda la calle, me paro en escaparates para justificar mi repentina adaptación a su ritmo, que es muy lento, porque el perro se para a mear en todas las esquinas. Se va subiendo la camiseta. Por delante. Por detrás. A ratos deja al descubierto parte de su pecho y de su espalda. Hasta que me obligo a retirarme de la escena, porque puedo jurar que lo estoy pasando muy mal.

Conozco dónde vive, dónde desayuna, dónde puedo encontrarle en cada momento según avanzan las noches de fin de semana. Desde luego no me planteo perseguirle o acosarle. Aunque me pasaría horas delante de él, sin inmutarme. Me da igual que tenga una polla tremenda; que no bese cuando está follando, ya sea porque así se siente menos culpable cuando pone los cuernos a su novio o porque eso lo deja para ocasiones más especiales; que se meta de todo; que sea un creído y un chulo... Todo eso me causa indiferencia, casi tanta como su actitud hacia mí. Yo lo único que quiero es mirarle.

Ya queda menos para que vuelvan los estudiantes a Madrid.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Matemático camuflado


No hay películas redondas en el cine español. Y yo no estoy por la labor de ampliar curvaturas. Me resulta tan misteriosa la cuadratura del círculo... En mi época escolar, era tan torpe dibujando que casi no sabía hacer una O con un canuto. El compás siempre se movía imprevisiblemente antes de finalizar la circunferencia.

Vuelta a empezar. Marcha atrás, con pequeñas variaciones que impiden digerir situaciones pasadas y centrarme en rumiar el presente. No sé cerrar etapas. Dejo sin completar la línea que acerca el principio al fin y aquí ni siquiera vale el teorema del punto gordo. Me sigo acordando demasiado de ti. A veces me vienen a la mente otras personas que ocasionaron momentos puntuales de placer. Que alguien me explique si resulta posible echar de menos sensaciones, pero no a quien las provocó. Sólo das señales esporádicas de que sigues existiendo, pero no me llena lo suficiente. Por no hablar del trabajo, que se ha convertido en algo tan anodino desde que ya no estás. Y lo injusto que fui contigo me ocasiona aún vértigos improvisados.

Según avanza Septiembre, el ambiente se va enfriando, sobre todo por las noches. Al igual que yo. La lluvia acerca la llamada de Lisboa, que quiere calcular de nuevo el área de este segmento temporal.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Deposite aquí sus ilusiones



Por favor, respete el límite de velocidad. Mensaje curioso cuando te hallas en medio de un atasco infernal, atravesando un interminable túnel que te dispara desde el mismo centro de la ciudad y te escupe, muchos kilómetros después, junto a un bosque de encinas. Hay calles alfombradas de luces rojas y otras engalanadas de blanco. Las primeras, las menos, las ocupan aquéllos que escapan de la multitud hacia algún parque empresarial o polígono industrial de la periferia. El resto están invadidas por los vehículos de quienes acuden al calor de la ciudad. Madrid agota y acoge.

No resulta una hora propicia para moverse por cuestiones de ocio sorteando la selva madrileña. O sí, quién sabe si alguien vuelve o se va tras disfrutar o prolongar una noche loca. Toda la noche del jueves de fiesta. Me está volviendo a apetecer. Hay alguna persona que circula por la acera a un ritmo considerablemente menor que el resto. La ausencia de prisa delata que no acaba de abandonar su casa. Seguro que ha tenido un plan interesante, pues sus ojos, atacados ya por el sueño, aún no han eliminado los restos de una engañosa sonrisa.

Otros tampoco han dormido esta noche en casa. Ni ayer. Ni la semana pasada. No tienen casa. Se acurrucan, tapados con una manta, en un banco de láminas de madera. O junto a la entrada del museo. O en el hueco de un cajero automático. O sobre una rejilla de ventilación del metro, aprovechando el aire caliente que asciende desde el corrompido subsuelo. Ciertamente, se puede calificar de privilegiados a aquellos que sí han dormido bajo techo, aunque fuera hacinados dentro de un maloliente cubículo, junto a unos cuantos compatriotas. Los mismos "sin papeles" que ahora se agolpan para hacerse ver mejor en la glorieta de Atocha, a la espera de que alguna furgoneta les recoja de manera clandestina y les transporte hacia cualquier obra ilegal donde jugarse la vida. Si es que todavía siguen vivos.

Las miserias urbanas pasan desapercibidas en el largo amanecer de Madrid.


lunes, 3 de septiembre de 2007

Como para olvidarlo


Interrumpió de golpe mi empeño en reducir de forma drástica algunas zonas raras de mi cuerpo que han surgido como consecuencia de los atracones de comida de estas vacaciones. Estaba practicando algunos abdominales, mientras veía Heidi en el monitor, que había regresado ya de Frankfurt y se había vuelto a instalar en las montañas. Pasó delante de mí, con su figura estupenda: pelo muy corto, moreno, ojos verdes, labios intensos, piercing en la ceja izquierda, aros en las orejas, depilado, delgado pero fibrado, un poco más bajo que yo. Muy joven. Se situó en la cinta para correr durante unos veinte minutos a un ritmo que permitía distinguir con claridad los movimientos de su culo perfecto, redondo, presumiblemente prieto.

No pude dejar de (ad)mirarle durante toda la sesión. Elegí las máquinas que me permitieran tener mejor visión de lo que estaba haciendo en cada momento. Me pareció que nuestras miradas se cruzaban en algún instante, pero no podía ser. Estaba seguro de que él era hetero, así que me le tenía que quitar de la cabeza.

Con el calentón, me fui a las duchas antes de lo previsto, pero decidí pasar por la terma, pues dicen que sienta bien para la piel. Sólo había un señor barrigudo, que no me quitaba ojo de encima. Tras mostrar en varias ocasiones mi incomodidad, se terminó por marchar. El reloj de arena indicaba que aún me quedaban unos cinco minutos de estancia, cuando entró el. La piel, bastante morena, le brillaba todavía de sudor y sólo se cubría con una mini toalla blanca que no conseguía rodearle del todo la cintura. Sin embargo, enseguida se la quitó. Hola, dijo al cerrar la puerta, mostrando una media sonrisa alargada. Le respondí con otro hola, o al menos eso creo, pues no estoy seguro de que me saliera voz tras apreciar unas proporciones tan bien configuradas. Yo estaba apoyado contra la pared y él fue a situarse en la misma posición, justo a mi lado. Entre el calor, la humedad ambiental y los nervios, el corazón me latía con tal fuerza que en cualquier despiste se podía escapar de mi pecho. ¿Está hoy especialmente fuerte?, preguntó de pronto. Está que se sale, pensé yo, aunque él escuchó que sí, que se soportaba bastante mal y que seguro que se estaría mejor tomando una caña en una terracita. No sé por qué solté tal tontería, pero en el estado en que me estaba transformando no era capaz de procesar las ideas con coherencia. Durante la especie de conversación que siguió, él no abandonó en ningún momento un cierto aire malicioso que me ponía enfermo. Me dijo que se llamaba Quim (no quise preguntar de dónde venía el nombre) y que había empezado el gimnasio hacía un par de semanas, pero que no había conseguido ir aún más que tres días porque era muy vago. Ni falta que te hace, sugerí yo, aunque no sé si lo llegué a expresar en voz alta. ¡Qué bien! Me estaba volviendo sociable cuando más convenía. Todo esto al tiempo que él ocultaba pudorosamente algunas zonas que mi zoom óptico intentaba descifrar. Bueno, no puedo más, dijo al fin, está demasiado alto. Sí, yo también me voy, dije siguiéndole, tras darme cuenta de que Quim ocupaba algo más de volumen en el espacio que cuando entró. ¿O sería impresión mía?

Las duchas del gimnasio son cerradas, pero dejó la puerta entreabierta, así que aproveché para ponerme en la de enfrente. No pude evitar empalmarme al observar cómo se tocaba encremándose y cómo le resbalaba el agua por la cara, por el pecho, por la espalda, por las piernas... Incluso parecía que era consciente de que le miraba y que provocaba la situación. Esto no me puede estar pasando, trataba de convencerme, es un sueño erótico y en cualquier momento me caeré de la cama. Tras secarse, se fue a los vestuarios. Yo, por disimular y esperar a que se pasaran ciertos efectos, esperé un par de minutos. Así que, cuando llegué a cambiarme, él ya se había puesto un slip blanco que dejaba poco espacio para colocar en diagonal su tremenda polla. No me volvió a decir nada. En esto, me di cuenta de que se me había olvidado llevar ropa interior de repuesto, así que me tuve que poner directamente el pantalón pirata. Se me caía y encima la camiseta sin mangas me quedaba también corta, con lo cual el espectáculo estaba asegurado.

Salimos a la vez, de forma que cuando fuimos a recuperar nuestra tarjeta de acceso en recepción, me soltó, de repente: Después de lo mal que lo hemos pasado en la sauna, ¿te parece que vayamos a una terraza a tomar la caña que decías? Me quedé helado, apenas sabía qué responder. Ni siquiera me convenía hablar, para que no notara que la voz me temblaba. No obstante, me salió un ¡buena idea!, ¿alguna sugerencia? Me dijo que vivía cerca de Tirso de Molina, así que podíamos ir por Lavapiés. Encima era vecino, no creía que pudiera soportar la situación. ¿De qué iba este chico? ¿Me estaba tomando el pelo? Sin embargo, de camino a la sombra de una terraza de la calle Argumosa, la conversación fluía con naturalidad. Me contaba de su vida, que es de Valencia, que tiene 19 años y que lleva en Madrid sólo un año, pues está estudiando Periodismo y a estas alturas del año está ya en el piso que comparte con dos colegas porque tiene examen de una asignatura de Derecho que le ha quedado. Incluso hacía pinitos como escritor, pues recién terminaba una novela para niños. No me llegué a enterar de mucho más, puesto que mi cabeza sólo daba para reflexionar sobre lo bueno que estaba y si pretendía algo inverosímil. Parecía también interesado en conocer cosas de mí y le proporcioné algunos pequeños titulares. Por sus preguntas y respuestas deduje que sí, que tenía que ser gay, aunque esta conclusión es la que suelo obtener tras analizar al 80% de la humanidad, así que no me extrañó.

Ya era más tarde de lo que pensaba cuando nos levantamos de la terraza y nos miramos como diciendo ¿y ahora qué? No puedo con estas situaciones así que opté por lo habitual, sugerir que podíamos ir a comer algo. Aceptó y apostó por una pizzería que conocía, donde amasan la base artesanalmente delante de ti. Mi estómago no daba para mucho ante la proximidad de un polvo que se estaba haciendo cada vez más seguro. Sus ojos ya me lo estaban confirmando. Terminamos rápido de almorzar y no sabía cómo continuar. Probé a sugerirle que le acompañaba a casa. Dijo un ¡vale! que me apenó, pues no mostraba excesiva convicción. Nos paramos en la esquina de la calle Cabeza. Me miró con aire de niño bueno y me señaló que si no estuvieran los pedorros de sus compañeros de piso, me invitaría a tomar café en su casa. Mierda, malditos compañeros. En fin, me quedaba la última opción. Si quieres, aprovechando además que ahora es cuesta abajo, te invito yo en la mía, probé a decirle. Me sonrió, como dando a entender que parecía que nunca se lo iba a proponer. Y a la sonrisa le siguió un pico. Con lengua. Tuve una erección inmediata.

Bajamos por la calle Olivar muy cerca el uno del otro, tropezando intencionadamente con los adoquines para justificar algunos roces. Hasta que, cansado de disimular, le introduje la mano en el bolsillo trasero de su vaquero pitillo, acariciándole. Me respondió agarrándome por la cintura. No podía más. Antes de entrar en Ave María le aparté contra un portal y le besé como si en aquel momento me fuera la vida. Pasaban algunos moros con cara de sacarnos la catana el cualquier momento, pero me daba igual. Me distraía a veces con el aro incrustado en su oreja izquierda. Ya que estaba por la zona, también aprovechaba para morderle suavemente el cuello. Quim siguió el proceso, apretándome hacia él y comunicándome con su cuerpo que tenía algo en su bragueta dispuesto a entrar en acción. Me metía mano hasta distancias a las que no parecía que pudiera llegar. Se dio cuenta de que no llevaba calzoncillos y esto le pareció excitar aún más. Le dije ya sin reparo que o subíamos rápido a casa o le follaba allí mismo. El muy cabrón, de forma entiendo que irónica, se lo pensó un instante. Sólo acertó a decir ufff, vamos.

Al entrar en mi portal le fui desabrochando los escasos botones de su camisa ajustada. Poco a poco fui descubriendo el mismo cuerpo que en el gimnasio me parecía un espejismo. Al entrar en casa, poco nos faltaba ya por quitarnos. Si a mi vecino del tercero le hubiera dado por estar en la mirilla (como suele hacer cuando subo por las escaleras), no sé en qué habría derivado la situación. No llegamos a la cama. Me tiró allí mismo, en el sofá. Se sentó encima de mí y seguimos sintiéndonos, comiéndonos, chupándonos, lamiéndonos, disfrutándonos. Le rodeé primero el pecho y luego los bíceps con mis dos manos para comprobar mejor si lo que veía era cierto. Sí, estaba muy duro. Su piel era tan suave que me permitía deslizar los dedos sin apenas tocarle, abriendo camino a una lengua, la mía, que estaba deseosa de rebuscar entre todos y cada uno de sus pliegues. Me detuve especialmente alrededor de su ombligo, pequeño y redondo, para luego bajar hacia zonas ya húmedas. El vello púbico, muy negro, recortado y rizado, se superponía ligeramente al inicio de su huevos. Y a partir de ahí, ni un pelo más.

En busca de accesorios protectores, le cogí en brazos para arrastrarle a la cama. Me sentía fuerte, potente. Y allí siguió el polvo más espectacular de mi vida. Por fin pude ensayar sin restricciones algunas de mis posturas favoritas, que había aprendido con Belami. En cuanto le penetré, el niño parecía poseído, cambió incluso la voz. Me animaba a seguir con ese aire chulesco que tanto me pone, pero su movimiento de cadera era tal que más bien parecía que era él quien me estaba follando. No tardó demasiado en correrse, de hecho me hubiera gustado que durara más. Me lo anunció al son de un gemido de me voy, tío, mientras se encontraba a cuatro patas. Me hubiera gustado verte, me quejé. Aún tienes oportunidad, respondió sorprendiéndome. Entonces, se dio la vuelta, se colocó de rodillas junto a mí y se empezó a pajear con un ritmo frenético. Yo no pude más que masturbarme mirándole y tan sólo unos segundos después llegamos simultáneamente al orgasmo del siglo. Él por segunda vez, yo expulsando la mayor cantidad de semen que recuerdo haber visto.

Por vergüenza y (en caso de que él algún día llegue a leer esto) por necesidad de guardar algo la intimidad, prefiero no dar detalles de los aspectos más morbosamente especiales. Pero sirva como resumen que creo que tengo que pintar las paredes de mi habitación y que mi descontrol llevó a que se despertaran de la siesta los perros del vecindario.

Quim me confesó que pretende hacerse más responsable e ir dos días por semana al gimnasio, en principio martes y jueves. Mañana es martes. He vuelto a quedar con él.

Queda inaugurada la nueva temporada otoño - invierno.