lunes, 26 de noviembre de 2007

Quiero chocolate


Últimamente no me apetece demasiado escribir. Y eso que ahora creo tener algo más de tiempo, pues he decidido poner coto a mi estrés habitual. Pero esta situación no se debe precisamente a que haya bajado el ritmo vital. Mi hipeactividad habitual se ha transormado en lo siguiente durante las últimas semanas:

- Me he sentido frustrado casi todos los días.
- He optado por reírme siempre que me apetezca.
- Estuve a punto de llorar en más de un momento.
- He soñado estando despierto.
- Cada vez lo encuentro más lejos.
- Estoy haciendo reajustes y el encaje no siempre resulta suave.
- Me he enamorado cuatro veces, de personas distintas, nuevas.
- Me he enamorado en siete ocasiones adicionales, de otras dos personas ya conocidas.

Sí, vale, ya sé. No es amor, sino capricho. Pero es que estoy de un caprichoso...

Quiero chocolate. Yo también.

Dice mi jefa que la llamaban la risitas en el instituto (¿¡Quién lo diría!?) Pero que este trabajo la ha cambiado por completo y pueden pasar semanas sin que apenas sonría, ni siquiera delante de sus hijos pequeños. Espero que a mí no me cambie. Con lo sencillo que es sonreír... Por ejemplo, sólo con pensar en ti lo puedo conseguir. ¿Ves? Ya está. Una sonrisa de colores. Amarilla, roja, azul, verde, blanca y negra. Es bonito todo cuando lo hacemos fácil.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Todo eso y más



La luz de cada ciudad es diferente. Aquella no tiene nada que ver con la calidez de la de Madrid. La fría energía del sol de este otoño sosegado aporta allí tonalidades de un amarillo viscoso, que atrapa la memoria durante un paseo embobado a lo largo de Bogatell, al son del Réquiem de Mozart.







La discrección catalana a veces me desquicia. Llevan a su esencia la expresión del vive y deja vivir. No estoy acostumbrado a ello, por mucho que lo admire. De ahí que si dejo volar mi descaro habitual con la libertad de un pájaro, no resulte extraño que llegue a poner rojo a alguien.






Cuando la luna tiene cerco, anuncia una helada nocturna. Hay que entrar en calor. Nada mejor para solucionarlo que correr delante unos mossos de uniforme azul. Su porra no discrimina entre los espectadores de la verdad. No sé por qué estas cosas me hacen sentir vivo. No creo que sea sólo cuestión de adrenalina.





El verde no hace juego con esta pegatina.
Y la mujer se desencaja. ¿No te gusta? Uno de los momentos más surrealísticamente divertidos de los últimos tiempos. Me hacen falta muchos más ataques de risa. Entrañable, también la princesa que actúa en el pequeño Estado.






Me atrae el lado cutre de las ciudades, las hace más acogedoras, menos distantes. Un barrio ciertamente marginal, con un inusitado peligro de conflicto social, se ve salpicado de blanco. Resulta indiferente que este matiz lo proporcione un restaurante o un centro de arte. Es igual, la necesidad de caricia del paisaje será la misma.





Rodrigo usa ropa interior negra. Se deja entrever porque lleva los dos primeros botones del pantalón desabrochados y unos tirantes apenas logran sujetarlo. Desde el otro lado de la barra del Arena Vip se muestra absolutamente eficiente poniendo las copas. Pero le da tiempo a mirarme. Y enseña una sonrisa que me hace ver las estrellas. Una sonrisa preciosa, perfilada por unos labios que aún saben mejor.


lunes, 12 de noviembre de 2007

Un poco para todo


Hay quien nació para ser besado.

Con otros, me lanzo directamente a abrazarlos.

Alguno sólo se tercia para escuchar.

O para poder hablar.

Las caricias tienen dueño propio.

A veces, incluso se transforman en un continuo rascar.

Y hay miradas con foco fijo.

Para follar, está claro el modelo que elijo.

No puedo parar de oler a quien tú sabes.

Un piercing puede ser una perdición.

Y mejor no insistir en dormir con la cabeza sobre mi pecho.

Los más lanzados sirven sobre todo para comer.

Aprecio fundamentalmente a quien me acompaña a pasear por Madrid.

Si es en silencio, mejor.

Para que crujan las hojas de este otoño tranquilo al caminar.

Pero si me haces reír, me tienes ganado.



Quiero reirme. Y empezar a torcer antes la boca, como si estuviera luchando por no hacerlo.
Maldita insatisfacción que, gracias a todo esto, a veces me deja vivir.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Lo peor de Madrid


Desdel el parque empresarial en el que conviven laempresaquemequitalavida y laempresaquemepaga con una placidez tal que recuerda los tiempos franquistas, antaño se divisaba Madrid. Los más viejos del lugar relatan cómo los rayos del sol iluminaban la capital del Reino al atardecer, otorgando cierta majestad a las torres de Madrid, España, Picasso, Kio, y las que aún se encuentran en construcción en terrenos del antiguo centro deportivo del Real Madrid.
Pero ya no se puede disfrutar de esa vista que transformaba la ciudad en una entidad mucho más abarcable y que le invitaba a uno a evadirse entre las historias allí vividas. El anticiclón de las Azores se encuentra inusualmente más al norte de lo habitual para estas fechas y, como peligrosa consecuencia, abandona una absoluta estabilidad atmosférica sobre toda la zona oeste peninsular. Muchas semanas ya sin llover y sin viento, que permiten que una densa capa de contaminación oculte la silueta de Madrid. Cuando uno se acerca a las primeras calles, resulta inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿de verdad me tengo que meter debajo de esa boina?

Este fenómeno me afecta personalmente hasta el punto de que casi no puedo ni abrir ya los ojos, de pura sequedad. Se me ponen rojos y me escuecen. Los labios también comienzan a agrietarse y la piel de la cara está tirante, asegurando una masacre en mi próximo afeitado.

Sin embargo, con ello quizá sobreviva, aunque poco a poco nos esté matando a todos los que aquí nos disfrazamos. Sin embargo, otros ataques pueden resultar mucho más fulminantes. Cierto es que tengo días en los que fácilmente se me podría aplicar la ley de peligrosidad social o de vagos y maleantes (no sé cuál de las dos era en realidad). Y mira que los insultos me dan igual, paso de ellos, por mucho que me sorprenda que en el año 2007 alguien se sienta ofendido por algunas escenas que presencian, hasta el punto de gritarte cosas malas por la calle Fuencarral.
Pero de verdad, de ahí a que te tiren un madero de más de un metro de largo, con sus correspondientes clavos incrustrados, desde el otro lado de la calle Montera, pues, en fin, hay un trecho. Menos mal que uno lleva ya un año en el gimnasio y ha conseguido un hombro interesante como para que el objeto se detuviera ahí sin mayores consecuencias. Me cogió despistado y prefiero no pensar en lo que habría ocurrido si se hubiera desviado 15 centímetros arriba. Para que luego digan que 15 centímetros no son nada.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Escarcha sobre hierro


Antes de que te fueras, quise asomarme para disfrutar del amanecer. Me mojé al abrir la contraventana de hierro, pues la escarcha se había posado sobre los pellizcos de metralla dilapidados durante la guerra civil. La sabia rehabilitación del antiguo cuartel republicano, para su conversión en viviendas sociales, había conservado esas incrustaciones, memoria histórica viva.

Enseguida, el aún tímido sol que se asomaba haciéndose un hueco entre las moles que circundan la Plaza de Oriente, se animó a golpearme, cual chorro de lucidez, directamente en la cara. Resulta irónico imaginar en esa misma posición a un soldado leal al Estado, observando delante, a lo lejos, la efigie del entonces llamado Palacio Nacional. En su defensa de Madrid, jamás podría prever que su balcón central acogería décadas después la masa corporal de una figura pretenciosamente humana, que nos alertaría sin pausa acerca de conspiraciones judeo - masónicas - izquierdistas obsesionadas con atentar contra la unidad de la patria.

El pronto calor que comencé a sentir, impropio, sin duda, de la fecha que el calendario se empeña en fijar, me sacó de mi ensimismamiento y me percaté de que estabas detrás. Y me llenaste de tranquilidad. De hecho, me habías proporcionado unas horas de intenso placer. Sobre todo espiritual. Una noche de efímero bienestar que atrae las ilusiones repartiendo vértigos temblorosos.

Dispuesto a soñar junto a mi soledad impuesta, te acompañé a la salida. Con la puerta ya abierta, sólo te atreviste a pronunciar cinco palabras. Tus ojos brillantes, que anunciaban la proximidad de una humedad rectante, me las anticiparon. En tus labios sonaron aún más bonitas. Sólo quiero que me quieras. Eso dijiste, con aspecto inocente. Pero sabes que ahora no puedo.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Contradicciones (III)


¿Por qué nos empeñamos en hacer todo mucho más dificil de lo que en principio parece?


A veces, basta con dosificar algo de lógica. En este sentido, incluso te podría dar 25 razones para justificarme.


Pero no, la lógica en este caso no aplica. Mejor dejarse llevar por lo que a uno le pida el cuerpo en cada momento. El mío, día tras día, me sigue rogando que le conceda algo parecido a lo que me hiciste sentir.