lunes, 26 de marzo de 2007

¿Dónde estás?


Ocurriría en el Reina Sofía, delante del Paisaje, de Miró. Los dos coincidiríamos contemplando con una sonrisa la simplificación hecha arte, lo infantil como genialidad. Ensimismados y tras sentir una presencia mutua a nuestro lado nos miraríamos, sin perder la expresión risueña y relajada. Inmediatamente volvería la cabeza, ante el riesgo de estar haciendo el ridículo por mi exagerada timidez. Luego intentaría recuperar el cruce de miradas, siguiéndote por las salas con precaución de que no se me notara mucho que me encanta ese pelo despeinado, esos ojos verdes, esos pantalones caídos, esa camiseta azul celeste y esa novela de una autora que no conozco, que llevas en la mano izquierda y que parece siempre a punto de caer. En unas cuantas ocasiones nos volvemos a parar delante del mismo cuadro. Incluso giramos al compás alrededor de una obra de Oteiza , tratando de encontrar algún volumen oculto, alguna perspectiva que hasta entonces se nos había escapado. Estoy seguro de que ya sabes que me gustas e incluso creo que me estás siguiendo el juego. Pero te pierdo en la sala dedicada a Tàpies, tras una cruz gigante que apuesto a que nos estaba dando la bendición.

Desilusionado, me dirijo a la salida, no sin antes pasar por la tienda para comprobar, una vez más, que no hay nada que me guste. Es domingo por la mañana y yo me camuflo cual guiri cualquiera con mis gafas de sol y mi cámara en mano, en busca de algún sofá en medio de la calle al que hacer una foto fuera de lugar. La primera me salió movida, la segunda salió algo oscura y en la tercera saliste tú. No sé por dónde volviste a aparecer, quizá entraste en la cafetería y luego me adelantaste mientras intentaba encontrar el lado bueno del sofá. Al comprobar cómo había quedado la última foto, vi en una esquinita la prolongación del cielo brillante que lucía sobre tu camiseta. Te reconocí al instante. Sólo podías ser tú. Esta vez no te podía dejar escapar. "Date la vuelta", pensé. Ya habías pasado de largo, pero volví a suspirar: "Date la vuelta". "Date la vuelta". "Date la vuelta". Y entonces te paraste. Te entretuviste observando a un vagabundo que recogía un trozo de pan del suelo, en dura pugna con unas palomas. Pero, al final, te diste la vuelta. Intuías que te estaba mirando. Ahora sí que me atreví a aguantarte la mirada y te reté a averiguar quién duraba más. Me ganaste. Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude seguir mirándote. No sé si serían nervios o simple torpeza por mi parte, pero ese momento y las escenas anteriores me sugirieron emociones que pocas veces se prodigan en mí. Por fortuna, cuando levanté la vista, la yema suave y cálida de tus dedos me retiró las lágrimas de la mejilla.

8 comentarios:

Mathieu Saladin dijo...

ay... (suspiro infinito) ^_^

Javier Herce dijo...

Qué texto más bonito!

luigi dijo...

Dice un tio al que no soporto, en uno de sus libros que cuando alguien desea algo con todas sus fuerzas, el universo entero conspira para que se haga realidad... A veces parece que lo que dice es cierto, otras no se si es que no lo deseamos con la suficiente fuerza.

David dijo...

Hugo, esa expresión ^_^ me trae el recuerdo de cierta persona que conocí hace algún tiempo...

Javi, ni de coña me puedo aproximar a los tuyos, además lo mío son simples sueños, sin pies ni cabeza.

Luigi, ¿ponemos nombre a este tío? Yo estoy pensando en uno también. En cualquier caso, si eso es cierto, me apunto a la teoría de la conspiración.

Vulcano Lover dijo...

Me gustaron tus palabras... Encuentro siempre algo muy sutil en ti, algo que, sin embargo, te cuesta siempre un poco mostrar del todo... va a ser que sí... ¿quieres que nos confabulemos???

Un beso, tocayo

David dijo...

David, terminaré por salir definitivamente del cascarón, supongo que será sólo cuestión de tiempo. Pero me has ganado con creces con tu relato ;)

Vulcano Lover dijo...

en extensión sí... yo es que soy así... grande por todos los lados (es que mido casi dos metros, niño, es broma, jajaja)

Un beso.

Cind dijo...

David, no se puede escribir tan bien, hombre, que nos dejas el alma en un puño.