lunes, 5 de marzo de 2007

Perfecta crueldad

Trabajo en un parque empresarial donde se puede comer en el suelo. Sólo se puede caminar por las sendas amarillas y se te desvías te arriesgas a que el señor de la bici casi te acuse de conspiración judeo masónica izquierdista contra el orden establecido. Todo es previsible, tan reglado, tan alineado, tan simétrico, tan perfecto...

La perfección me agobia, me causa inseguridades. Quizá ahonda mi sentimiento de inferioridad. Lo único que me gusta de este entorno en el que cada día veo amanecer es la jardinería, un sueño de paisajismo ambiental. Creo que sería mucho más feliz trabajando de jardinero. Pero aquí no dejan crecer a las plantas. Por supuesto, no se admite que un arbusto sobresalga sobre los demás, ya que desentonaría con el entorno. Pero ni siquiera se permite que cipreses, tuyas y durillos crezcan simultáneamente. Rompería en esta ocasión con la necesaria horizontalidad que pretende camuflar el recinto. Si una planta crece con vigor, siempre tendrá la amenaza de una pala que, en el mejor de los casos, la trasplantará a un espacio más abierto. Me parece cruel que éste sea el precio de la perfección.

Creo que yo también soy cruel. Hace unas semanas se me murió un bambú. Como dicen que tienen que ir siempre en pareja, aprovechando mi visita a Ikea de este fin de semana compré otro. En realidad compré dos, para que fueran alineados, simétricos, perfectos. En fin, me sobraba uno. Decidí que el que sobraba era el que ya tenía en casa. Había crecido ya demasiado, cabía mal en el jarroncito y casi se daba con la vitrina que tiene por encima. Iba a tirarlo, pero los principios me lo impidieron. El bambú no tenía la culpa de haber crecido tanto, de hecho ésa era la recompensa que me ofrecía por haberle cuidado bien los dos años que me había ido siguiendo entre mudanzas. No podía deshacerme de él, sería cruel. Así que ahora tengo tres bambús. Los dos nuevos en un jarrón y el familiar, en el medio de de los dos, en el otro. Tras una pequeña poda se acomodó mejor a la nueva situación.

En cualquier caso, me siento cruel. Tenía otra planta bastante fea en un tiesto que le hacía justicia. Quería deshacerme de ambos. Aprovechando que se trata de una planta de interior, la he sacado a la ventana. No seré yo quien acabe con ella, sino este clima loco madrileño. No, yo no seré el responsable.

7 comentarios:

Javier Herce dijo...

¿Trabajas en una empresa o en una secta?

No te vuelvas el psicópata de las plantas. Ya veo los titulares: "El jardinero asesino".

David dijo...

Ay no me digas esas cosas que me dan pena!!! :)

Descamisado dijo...

Bueno lo que te decía, me gusta el contenido porque todos somos un poco cotillas, y me gusta también como está escrito.

Yo pienso que deberías dejar las plantas de interior y bambúes y unirte al mundo de los cactus. Si te portas bien con ellos no te pincharán.

Saludos!

Anónimo dijo...

Yo se de una planta muy bonita que alguien te regaló con mucho cariño... que casi se muere ... pero lograste atenderla... y ya crece y crece y crece...

David dijo...

Pues mira que dicen que los cactus sirven para evitar radiaciones de los ordenadores y tal. Yo creo que será otra leyenda urbana...

Descamisado dijo...

Qué va! Creo que le llaman Cactus Cereus, lo utilizan en la bolsa para captar las radiaciones de ordenadores, pantallas y demás.

Deberías hacerte con uno y tratarlo con cuidado jeje.

Anónimo dijo...

Palabra, obra y omisión, hermano. Eres un vegetocida, macho...